Por Freddy Torres Oviedo.
Hay cosas en la vida que te exaltan. Te dejan casi sin aliento y que dividen tu carne, sangre y llegan hasta el tuétano de los huesos. Buscas razones y no las encuentras. Buscas sentimiento y están todos allí presentes sin explicación. Sólo están fuertes, claros y diáfanos, como diciendo “estamos presentes” junto a tu alma y a tu esfuerzo por existir y trascender en la huella cósmica de la vida.
No hay colores, ni luces, ni nada parecido a lo establecido. Son situaciones inexplicables del andamiaje de la esencia de ser humano más allá de su búsqueda de dioses o de seres altísimos de bondad, misericordia y amor. Si ese que representa la verdadera esencia de Dios y los dioses y se une a la imagen y semejanza de los hombres el insostenible amor.
Toda esa hermosa carga tan trascendente que me es tan difícil de describir me sucede con los sonidos del movimiento del aire que produce la música de Wagner y en especial la Marcha Fúnebre de Sigfrido y su funeral, cuando veo la escena comenzar con la muerte del héroe, asesinado por Hagen que acaba de clavarle a traición una lanza por la espalda. El cadáver es transportado por los nobles y en esa nobleza los sentimientos se me aprisionan en el alma más allá de mi entender.
Viendo cine en los plenos años 80’s fui a ver Excalibur que es una película británicoestadounidense de 1981 que cuenta la leyenda del Rey Arturo, basándose en la obra de Sir Thomas Malory “La muerte de Arturo” la cual fue dirigida por John Boorman y protagonizada por Nigel Terry, Helen Mirren, Nicol Williamson y Nicholas Clay y en las escenas finales en la muerte del Rey Arturo suena esta marcha.
Poco antes de morir el rey Arturo manda a Percival a lanzar la espada Excalibur al lago y luego las ninfas en un pequeño barco se llevan el cuerpo sin vida de Arturo a la Isla de Avalón para su entierro y la música se hace fuerte y clara y Wagner nos regala su grandiosidad, su talento desbordante hacia el verdadero infinito. Y allí en esos años de dictadura y muerte esas esencias mágicas de sonido se impregnaron en mi alma y quedaron allí hasta el fin de mis días hasta que rinda cuenta en el Valhala de mi proceder en la estancia terrenal en este mundo hermoso, pero moribundo.
Ciertamente y por lo pronto sólo muchas gracias a Wagner por conocer tu obra y asimilarla como un paso más de la existencia y de la importancia de vivir, en esos acordes y melodías que nadie podrá nunca alcanzar como él lo hizo, para perpetuar a los humanos más allá de la trascendencia y sus pasiones tan refulgentes como respirar la verdad del amor y de los dioses.